3/11/09

EVANGELIO DIA MIERCOLES XXXI TEXTO DEL EVANGELIO (Lc 14, 25-33)
En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre y él, volviéndose a sus discípulos, les dijo:“Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él, diciendo: ‘Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar’. ¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz. Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”. PALABRA DEL SEÑOR--------------------------------------------------
En estos tiempos en que se habla tanto de la logística como un método que minimizando los costos optimiza los procesos, el Evangelio de hoy nos dice claramente que para el discípulo o seguidor de Jesús, la renuncia a todo es el mejor camino. Que la cruz -y el saber llevarla en el nombre de Dios-, son las condiciones esenciales del discipulado. Que todos los amores y aun los más cercanos quedan relativizados y fundamentados en el amor a Cristo. Que la torre acabada y completa de nuestra santidad, solo la podemos lograr con el auxilio eficaz de su gracia. Que todo combate en el reino espiritual esta ganado de antemano por su muerte y resurrección, misterio pascual. No olvidemos que nuestra vida interior requiere también de contradicciones y de obstáculos para crecer. El dolor llevado con sentido cristiano es un gran medio de santidad. El árbol de la Cruz está lleno de frutos, siendo el principal fruto: la salvación. Digamos pues como San Alfonso María «¡dichoso quien pueda decir de todo corazón: Jesús mío, solo Tú me bastas


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